“Mas sabe el diablo por viejo que por diablo” dice el dicho, pero si ese diablo contara con competencias académicas, ¿probablemente sabría tan igual por diablo que por viejo?
Hace muy poco tuve un paciente en consulta que aparentemente sufría de asma bronquial y había visitado a múltiples profesionales de la salud para poder paliar sus síntomas, que sobre todo lo afectaban en horas de la noche. A lo largo de los últimos 3 años había recibido múltiples tratamientos médicos siempre enfocados en la sintomatología respiratoria, no obstante, su cuadro médico no había evolucionado de manera adecuada y él, aparte de vivir incómodo en su día a día, percibía que algo más pasaba con su organismo, en tal sentido, tomo la decisión de visitar un médico de otra especialidad, del cual le habían dado muy buenas referencias y que era conocido por tener una visión mas integral de los casos y por tener varios estudios no solo de su especialidad. Este profesional, a diferencia de los otros, más que examinar, se tomó un tiempo considerable para interrogar al paciente, lo cual le permitió rápidamente llegar al diagnóstico de enfermedad por reflujo gastroesofágico, entidad que produce tos nocturna y que había sido la causa de los males de la persona; el paciente recibió tratamiento específico y en el momento que me venía a ver, lucía absolutamente diferente, con otra expresión en su rostro e incluso emanaba hasta otra aura. Al terminar nuestra entrevista, se despidió diciendo que la experiencia lo curó, no el conocimiento.
Si nos imaginamos una red de luces pequeñas, como las que usamos en navidad para iluminar nuestras paredes o fachadas, el conocimiento sería como cada una de las luces de la malla y la experiencia sería como los cables que unen un foco con otro permitiendo que se transmita la electricidad entre todos los focos, iluminando así todo el lugar donde están instaladas. El conocimiento adquirido en las instituciones educativas como las universidades, por si solo no funciona, necesita nutrirse de la experiencia para interconectarlo y de esta manera poder aplicarlo en solucionar un problema, que es finalmente para lo cual somos formados los profesionales.
Un profesional con mucho conocimiento (hoy llamado habilidades duras), pero con muy poca experiencia, seguramente va tener dificultades para poder resolver problemas en su vida profesional; sin embargo, conforme vaya ganando experiencia a lo largo de su camino profesional, su criterio y capacidad de discernimiento va ir evolucionando de tal manera que va llegar a un punto donde las soluciones emanen de manera automática, esto en bien de quienes necesitan solucionar un problema.
Por otro lado, si a ese “diablo” le sumamos experiencia de vida como el hecho de haber pasado por múltiples fracasos, liderar personas, emprender, ser esposo y padre, pues obtenemos una persona nutrida de la universidad de la vida, poseedor de una cantidad importante de habilidades blandas (comunicación asertiva, inteligencia emocional, manejo de conflictos, resolución de problemas, entre otros) que elevan su perfil a un nivel superior.
Por todo lo antes mencionado, si para resolver un problema mayor tuviera que elegir entre conocimiento y experiencia, optaría primero por alguien que cuente con una experiencia profesional y de vida más que aceptable, la cual esté complementada con unas credenciales de conocimiento técnico importantes, porque seguramente esa persona tiene mucho más posibilidades de mostrarme la luz en el camino que yo aún no puedo ver.
¿Tú cual elegirías?…